Cuando no todo es felicidad en Navidad

cuando no todo es felicidad en Navidad

Tanto si somos religiosos como si no, estamos acostumbrados a la idea de ser felices en Navidad. Las luces, los villancicos, los regalos, los días festivos y las fiestas familiares nos invitan a celebrar el final del año y a desear comenzar el nuevo con ilusión. Sin embargo, en ocasiones no nos sentimos animados. No todo es felicidad en Navidad. Posibles causas de esto pueden ser la soledad o la vivencia de las pérdidas, que se hacen más notorias en estas fechas.

No todo es felicidad en Navidad

Una pérdida no implica necesariamente un fallecimiento. Las pérdidas son todas aquellas situaciones en que se produce algo inesperado. Se trata de situaciones que nos afectan de forma intensa y negativa. Puede ser que algo se rompe en nuestras expectativas e ilusiones, que no es como debería ser y eso nos hace sufrir. En el caso que nos ocupa en IRENEA, el daño cerebral, puede ser que en estas fechas nos veamos afectados por algún incidente que pueda provocarlo (traumatismo craneoencefálico o ictus). Puede que esa felicidad que flota en el ambiente y que parece sentir todo el mundo, nos resulte ajena porque un miembro de nuestra familia presenta daño cerebral y tenemos la sensación de que ”ya no es él”.

Esa gran felicidad en Navidad que deberíamos tener contrasta intensamente con lo que sentimos. De esta manera, el dolor queda intensificado, realzado y parece que impide cualquier otro sentimiento.

¿Qué podemos hacer para afrontar el dolor en Navidad?

En primer lugar, entender que el ambiente siempre nos afecta, para bien o para mal. Esto es tan válido respecto a la presión para ser feliz que predomina durante todo el período navideño como para las celebraciones familiares en nuestra casa. Si nos centramos en el dolor y la tristeza crearemos un clima que irá contagiando a los demás, que a su vez reforzará nuestra sensación de malestar. No se trata de fingir alegría, pero sí de intentar ver todo el conjunto de lo que está pasando. Estamos reunidos y puede que haya miembros de la familia a los que hace tiempo que no vemos o puede haber alguien que tenga novedades y cambios positivos que contribuyen a un ambiente más esperanzador.

En segundo lugar, recordar que las fiestas, aunque son motivo de encuentro y alegría también suelen ser días de estrés y prisas. Además, en esta época estamos sometidos a una gran sobreestimulación: luces destelleantes en la calle y también en casa, gran cantidad de gente por las calles haciendo las compras navideñas, villancicos, saludos y mensajes de familiares, amigos, compañeros y compañeras de trabajo… todo muy bonito pero agotador.

¿Cómo afrontar estas celebraciones con personas con daño cerebral?

En el caso de personas con daño cerebral, es habitual que se dé una mayor vulnerabilidad a la fatiga atencional. Por lo que todo lo que podamos hacer para reducir la cantidad de estímulos simultáneos ayudará a que puedan estar más tranquilos. Recordemos que una posible reacción a la sobreestimulación es la irritación -esto nos ocurre a todos, cuando nos sentimos saturados- y la cantidad de estímulos que una persona con daño cerebral es capaz de asumir es limitada.

Si nuestro familiar con daño cerebral comienza a impacientarse o a mostrarse irritado, lo mejor que podemos hacer es procurarle un espacio lo más tranquilo posible para que descanse. Aunque algunas personas lo puedan sentir como que prescinden de él para que los demás puedan disfrutar de la fiesta. Así pues, lejos de ser una medida para marginarlo es la mejor forma de cuidado que podemos proporcionarle. Además, dejar descansar a nuestro familiar no significa necesariamente dejarlo solo, sino protegerlo de un ambiente que le resulta excesivo y amenazador. Es posible que después de descansar un rato y tranquilizarse pueda reintegrarse a la reunión familiar sin problema.

En el caso de personas con afectación más grave –estados alterados de conciencia– o que pasan el tiempo navideño ingresados, podemos incluirlos nosotros en la celebración de la Navidad. Pequeños detalles como decorando su habitación, hablándoles de las fiestas que estamos preparando y contando con ellos en la medida en que su situación y capacidad de respuesta permita, pueden servir.

Tengamos en cuenta nuestro estado de ánimo

Por último, tengamos en cuenta también nuestro propio estado de ánimo. Después de cualquier acontecimiento traumático o especialmente doloroso como el daño cerebral sobrevenido en un familiar cercano, se produce un proceso de adaptación que suele comenzar con la negación de lo que ha ocurrido o de sus consecuencias. Después el enfado y la ira por lo injusto e irreversible de la situación. Posteriormente se da un proceso de “negociación” en el que fantaseamos con que si nos esforzamos lo suficiente o hacemos determinados sacrificios la situación se resolverá favorablemente.

Cuando nos desengañamos de estas esperanzas, sobreviene un sentimiento de tristeza y depresión que conducirá un tiempo después a la aceptación de lo ocurrido y la adaptación a la nueva situación. El dolor por la pérdida de quien fue y ya no será nuestro familiar afecta a toda la familia, a cada uno a su manera y con una intensidad diferente. Conocer estas fases y tratar de entender que se trata de un proceso que hay que atravesar para superar el dolor ayuda a orientarnos respecto a nuestras necesidades emocionales y también las de las personas que nos rodean y que también están inmersas en un proceso similar.

Área de neuropsicología del Servicio de Neurorrehabilitación de Vithas Nuestra Señora de Vigo.

CompÁrtelo:
Facebook
Twitter
Pinterest
LinkedIn

Deja un comentario

Quizás te interese TAMBIÉN